viernes, 10 de octubre de 2008

El puerto

Ciudad del bello río. De las altas barrancas,
Las rojas chimeneas, y de las bolsas blancas

Cuando era adolescente, allá en tu negro puerto,
Vi los buques cargados bajo aquel peso muerto.

Unas tras otras, bolsas, el gran buque tragaba,
Harina...trigo...¡cuánto!...oyera pobre: miraba.

Veía el vientre abierto del buque, la abertura
Cuadrada, que robando se estaba tanta albura:

Trigo de Buenos Aires, de Santa Fe, que iría
A tierras en oro rica, pero en mieses avara.

Agrupadas las bolsas en los grises galpones,
daba miedo mirarlas: ¡eran tantos millones!...

Salían las maderas de Norte, los quebrachos,
Como el hierro de duros, los cortados lapachos.

¡Oh los días febriles de tu puerto, Rosario,
de tu puerto apiñado con tanto buque vario!

Los buques impacientes que a vaciarte venían,
Como seres nerviosos entraban y salían.

Y signados sus cascos con distintos idiomas,
Dejaban de las aguas sus manchas policromas.

Recuerdo que al vagabundo que, mano en le bolsillo,
Descansaba los ojos sobre un casco amarillo.

Recuerdo al rapazuelo que comía naranjas
Frente al plomizo barco. Veo las rojas franjas

De la proas audaces, que, dormidas entonces,
Se movían al toque mandador de sus bronces.

Veo los negros buques de nombres extranjeros,
las banderas extrañas, los rubios marineros,


las chimeneas anchas, cortas, tremendas, como
la boca amenazante de un negro cañón romo.

Recuerdo el gris plomizo de las tardes pesadas,
Los guinches afanosos, las aguas enfangadas;

Los faroles rubíes de los barcos pequeños,
Los labios que se untaban con ayes santiagueños,

Con tangos bonaerenses, baladas alemanas,
Blancos aires noruegos, canciones italianas.

Y oigo chirriar las grúas, deslizarse las zorras,
Mientras los peones pasan, las cabezas sin gorras.

Y mientras este puerto, rico, cosmopolita,
Nutre la ciudad toda, que por el se agita,

debajo de los buques, y los muelles lamiendo,
las aguas del gran río, ¡es un mar que tienta!

¡Es un mar que tienta!...que me tentó diría
ciudad donde naciera, precoz, la rima mía.

Quizá nació mirando cómo el ágil navío
Perdíase en la niebla grisadas del río.

Iba a lejanas tierras, que yo jamás vería,
Porque era miserable. Para vivir, cosía.

Iba a lejanas tierras, bajo el azul del cielo,
Y era un pez elegante, como forzado a vuelo.

Yo presentía el oro del sol cayendo a plomo,
La blanca vía láctea nevando allí en su lomo.

Y mandaba a mi espalda de adolescente: ¡brota!
¡Dame el poder alado de una fina gaviota!

¡Dejame que me vaya tras el buque volando!
Pero mi espalda, humilde, se encogía temblando,

Mientras que el barco era, ya lejano y desecho,
Más que una forma, ¡el negro suspiro de mi pecho!

Asi, ciudad, el puerto que enriqueció tus seres
Tambien ha dado angustias, si ha dado mercaderes.
Valga esta angustia mía, que me movió la pluma,
El oro que no tengo, la suerte que se esfuma...


Alfonsina Storni

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